No sé de que revolución me hablas cuando me hablas de
revolución, de que revolución te hablo, metido en unos vaqueros de
Zara, escribiendo poemas contra todos los Zaras, pero son de segunda
mano y no vamos a romperlos, a quemarlos, eso sería como reírse
otra vez de esos pobres niñitos que los hicieron en cualquier antro
de cualquier país tercermundista. Hablamos del arte, de la poesía,
de la poética, de su muerte a manos de jóvenes artistas
occidentales ¿cuantas veces nosotros y otros como nosotros hemos
matado el arte, la poesía?. Tampoco entiendo muy bien esa necesidad
de matar la poesía, la poesía ya se muere sola continuamente en
cada esquina, en cada taller de mierda de cada país de mierda, se
muere al nacerse, eso es consustancial al arte, morirse al nacerse.
Estamos aquí a vueltas con la revolución de las palabras usando
palabras aprendidas en esa universidad que decimos hay que destruir,
pero claro no vamos a des-aprender, ademas de que es imposible no
podríamos entonces tener esta conversación.
Esta conversación no existe, los interlocutores somos perfiles
digitales fragmentados, no estoy seguro de que tu seas tu o un puto
bot, tampoco importa si eres un bot, un programa, una IA, si podemos
cruzar frases inconexas para crear este discurso extraño del futuro
(si porque “el futuro ya esta aquí”, desde hace muchos pasados),
si podemos, digo crear este discurso de cristales rotos, entonces me
da igual tu naturaleza, da igual que esta conversación no exista, no
existir es otra forma de estar, se llama ausencia y bien pensado
quizás sea el lugar que habitamos.
Posiblemente vivimos para acumular ausencias en las que habitar,
en las que ser, definiéndonos en lo perdido, proyectando hacia la
nada esa definición
Hablamos de revolución ya con r minúscula, aquí en el occidente
ya esta todo bien atado, bien organizado para que solo pueda ser así
con r minúscula, cada cual con la suya y así la revolución se
convierte en un simple empujar personal para hacerse el hueco un poco
mas cómodo, para sentirnos un poco menos cabrones, menos traidores,
menos participes de todo lo que nos repugna , pero no hay forma de
escaparse, tenemos que aceptar las cosas, de mejor o peor grado pero
tenemos que aceptar porque no hay un lugar para el exilio, no podemos
ya ser exiliados de verdad, así que nos
exiliamos-un-poco-hasta-donde-podemos.
Matamos el arte cada día, revolucionariamente, exiliados en una
cómoda ausencia occidental, a veces pasamos un rato en una ZTA,
cerrando los ojos para no ver las verjas, soñando que todo es así,
que todo podría ser así.
Escribimos por la revolución contra el sistema, contra los
poderosos, pero ellos no leen nuestras letras, y si las leyesen lo
mas seguro es que se pegasen una buena risa, a lo mas que podemos
aspirar es a que algún fiscal o algun juez cavernario nos joda una
parte de nuestra vida por culpa de una frase ocurrente, ¿y hablamos
de matar el arte? ¿acaso no notamos el pestazo a muerto en los
recitales de “poesía combativa” en los ateneos?
Al arte lo mataron otros hace ya mucho tiempo, metiendole billetes
por la boca y por el culo y leyes de muy amplia interpretación por
el BOE, y de ese cadáver vuelve a nacer para que lo vuelvan a matar
la temporada que viene. La cosa es: cuando muere el arte ¿que más
muere con él?, cuando un fiscal analfabeto ataca una expresión
artística ¿qué ataca realmente?.
Al fin, quizás, lo que hay detrás de todo, el verdadero cuerpo
caído en tierra desde siempre, tratando de levantarse y cayendo una
y otra vez, no sea más que la necesidad humana de ser. La libertad.